Para
evitar la caída demográfica hace falta una cultura de amor y
esperanza
Entrevista de
la Agencia
Zenit al
periodista Riccardo Cascioli, presidente del Centro Europeo de Estudios sobre
Población, Ambiente y Desarrollo de Italia (CESPAS)
--Según los
datos de Eurostat, ningún país europeo tiene una tasa de fertilidad equivalente
al crecimiento cero (2,1 niños por mujer). ¿En qué dirección va la dinámica
demográfica en Europa?
--Cascioli:
En realidad, todos los países tienen tasas de fertilidad por debajo del nivel de
recambio de las generaciones, aunque las situaciones son diferentes si se
comparan las regiones. Hoy, los países en los que la caída de la fertilidad es
más grave son los del Este europeo, con tasas de fertilidad de entre 1,1 y 1,4
hijos por mujer, pero en ellos el descenso en picado es relativamente reciente y
tuvo una brusca aceleración con el colapso del imperio soviético.
Son bajos
también los índices de fertilidad en Europa del Sur, con España e Italia que
desde hace ya tiempo tienen una tasa de entre 1,2 y 1,3 hijos por mujer.
Mientras que Europa del Norte, en especial los países escandinavos, goza de
tasas relativamente más altas (1,6-1,8) y no ha experimentado bruscas
variaciones, aunque el descenso de la curva de fertilidad se inició mucho antes
que en otros países europeos.
Las tasas de
fertilidad más altas son las de Irlanda (2 hijos por mujer, pero con tendencia a
una rápida disminución) y las de Francia (1,9), único país en este momento que
va en dirección contraria a la tendencia general. De todos modos, el fenómeno
está tan consolidado que, en 20 ó 25 años, varios países europeos (Italia y
Alemania entre los primeros) experimentarán una reducción efectiva de la
población, fenómeno que se habría ya iniciado si no lo hubiera enmascarado el
alto índice de inmigración. Pero dentro de poco ni siquiera esto bastará
ya.
--A la baja
natalidad se suma un aumento notable del índice de personas de más de sesenta
años. ¿Qué consecuencias tendría esta tendencia?
--Cascioli:
Hay que distinguir dos factores: antes que nada, la longevidad causada por la
mejora de las condiciones económicas, sanitarias e higiénicas. Este es un
fenómeno positivo que incluye también la mejora de la calidad de vida de los
mayores. El desequilibrio que usted describe tiene que ver más bien con la baja
natalidad. Este es el verdadero problema: lo estamos viendo ya en el sistema de
seguridad social, con un evidente desequilibrio entre población activa (que
trabaja y por ello paga impuestos) y la población jubilada. Pero los efectos
negativos son mucho más amplios, sobre todo en la economía: diminuye la fuerza
de trabajo, y la población activa envejece con consecuencias sobre la capacidad
de innovación y de competitividad. Este es el fondo del problema que Europa ya
está pagando hoy en relación, por ejemplo, con Estados Unidos, donde en cambio
la tasa de fertilidad es mayor.
Hay también
un problema cultural y social que tiene que ver con la inmigración: aunque ésta
es necesaria para reemplazar la fuerza laboral en declive, tiende a aumentar
rápidamente el índice de inmigrantes, sobre todo entre los jóvenes, haciendo más
difícil la integración y la transmisión de la cultura del país de acogida. A
menudo, la xenofobia nace como reacción airada a esta situación.
No olvidemos
además las consecuencias sobre la seguridad: un pueblo sin hijos es un pueblo que ni siquiera tiene
deseos de luchar por sus propios valores y su libertad (tanto es así que no cree
que valga la pena transmitirlos). Y se prepara por ello a ser tierra de
conquista para civilizaciones emergentes.
--Desde los
años setenta hasta los noventa, la comunidad internacional ha puesto de
manifiesto los peligros de una «bomba demográfica», mientras que la realidad
habla de un «invierno demográfico». ¿Cómo han influido los temores por la
superpoblación en la cultura y en los comportamientos de la población y en
concreto de las parejas?
--Cascioli:
Seguramente han tenido un papel importante porque, durante decenios, hemos
estado sometidos a un bombardeo cultural por el cual no tener hijos parecía casi
una responsabilidad social. Hoy en concreto se sigue agitando irresponsablemente
el espectro del agotamiento de los recursos para convencer a las parejas a no
procrear. Incluso se hacen teorías sobre la urgencia de disminuir drásticamente
la población mundial, de manera que se abra camino poco a poco la idea de que
también la eutanasia pueda ser usada como método de control de la población.
--Muchos
países europeos piensan resolver la baja natalidad con incentivos económicos e
incrementos del número de inmigrantes. Durante su intervención en
la Academia
Pontificia de Ciencias Sociales, Benedicto XVI explicó el
fenómeno de la caída demográfica como falta de amor y de esperanza. ¿Cuál es su
opinión al respecto?
--Cascioli:
La experiencia de algunos países europeos, aunque llevan decenios con políticas
que favorecen la natalidad --con incentivos a los nacimientos, trabajo flexible
para poder cuidar a los niños y servicios sociales capilares--, debería
enseñarnos que estas medidas no son suficientes. Ciertamente se notan mejorías
en los índices de fertilidad, pero no son suficientes para invertir la tendencia
hacia el invierno demográfico.
Lamentablemente, la Unión
Europea, que dentro de poco debería publicar un Libro Blanco sobre el tema, se
mueve justamente en esta dirección, ignorando el factor cultural, es decir los
motivos más profundos por los que la pareja decide o no tener hijos.
Benedicto
XVI finalmente ha puesto el dedo en la llaga: el verdadero problema tiene que
ver con el sentido que damos a la vida, porque no hay incentivo económico que
pueda convencerme a tener hijos, si vivo replegado sobre mí mismo y tengo miedo
del futuro.
Y aquí está
la gran tarea de la Iglesia, porque sólo el anuncio de Cristo puede volver a
despertar a la vida a una sociedad que se desliza inexorablemente hacia
la muerte.
El discurso del Papa suena, por lo tanto, como una dura llamada
también a aquellos sectores de la Iglesia que, cuando afrontan la cuestión
demográfica, subrayan casi exclusivamente las opciones políticas que deben tomar
los gobiernos.
El Estado
tiene por supuesto el deber de quitar los obstáculos --económicos y sociales-- a
mi libertad de decidir cuántos hijos tener, pero no puede darme también los
motivos profundos para tenerlos. El amor y la esperanza están antes que el
Estado.
Fuente:
ZS06050504